jueves, 11 de mayo de 2023

Visita Ad Limina 2023. Mi encuentro con Francisco


A unos minutos de haber salido de saludar al Papa Francisco, acompañando a mi Obispo, Mons. Eugenio Andrés Lira Rugarcía, en visita Ad Limina, desearía recoger los sentimientos que los católicos de todo el mundo compartimos en torno a la figura del Santo Padre y lo que representa en nuestras vidas. Sí, por un lado, las verdades teológicas sobre el ministerio petrino son muy abundantes y son la base del vínculo que nos une a él, pero, por otro lado, también son abundantes los efectos que estas verdades han hecho nacer en los corazones de millones de católicos de todo el mundo y de todos los tiempos.

Desde que era niño, la presencia de los Papas ha estado en el horizonte de mi fe, desde Pablo VI hasta Francisco, junto con las figuras destacadas de tantos Papas de la historia. Nuestra generación han sido muy bendecida: en las últimas décadas hemos tenido Pontífices ejemplares. Oré ante sus tumbas.

Francisco lleva sobre sus hombros grandes y complicadas responsabilidades, las cuales han tenido innumerables y polémicos efectos, todos lo podemos ver. Al mismo tiempo, es notable que el Santo Padre proyecta una personalidad propia, que ha dotado a su ministerio de características personales, cargadas de un profundo simbolismo, no fácil, para la Iglesia y para el mundo.

Personalmente, el Santo Padre ha sido para mí un ejemplar maestro en el modo como debo vivir mi fe y en la forma en que Dios me llama a ser párroco y pastor. El Papa Francisco me ha conducido a pensar y reflexionar mucho sobre el sentido de la fe, sobre el mundo, sobre la misión de Iglesia y el modo como debe llevarla a cabo. Al mismo tiempo, su siempre cercana presencia, a pesar de la distancia, ha movido mi corazón a desarrollar un afecto muy entrañable por su persona: lo quiero mucho y quisiera compartir de alguna manera sus propios sentimientos, especialmente los que tienen que ver con los temas más difíciles y el modo como los enfrenta.

Es por todo ello que soñaba en saludarlo, experimentar su cercanía y de alguna manera expresarle mi cariño y solidaridad, con la ingenua, pero profunda esperanza, que ello pudiera representar algo para él.

“Soy José Luis Cerra Luna, de la Diócesis de Matamoros… Santo Padre, estoy con usted”. Él no me dijo nada, pero me vio muy bonito. 

Reunidos los sacerdotes presentes, que acompañamos a nuestros Obispos, nos dijo a todos: “Gracias por acompañar a sus Obispos y por todo lo que hacen por ellos…”, y nos dio la bendición; luego, sutilmente nos despidió: “váyanse a tomar una cerveza allá afuera” (quién soy yo para desobedecer al Santo Padre). 

Sus palabras al final me han hecho pensar en los oficios que ahora desempeño en la Diócesis, como párroco y como colaborador del Obispo en su gobierno. Pido a Dios que esta maravillosa experiencia lime un poco las aristas e imperfecciones de mi persona y ministerio y me lance a seguir esforzándome en responder a Dios de la mejor manera, a mi estilo, pero iluminado por el ejemplo de Francisco y de tantos otros maestros y maestras de los que Dios me ha rodeado.

Gracias Mons. Eugenio Andrés Lira Rugarcía por este tremendo regalo. 

Jueves 27 de abril de 2023



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martes, 3 de enero de 2023

Mi pequeño tributo al gran Papa Benedicto XVI

Hace años tuve un sueño muy vívido y extraño: soñé que el Papa Benedicto XVI visitaba mi parroquia y que él y yo caminábamos juntos por calles llenas de baches, charcos y banquetas mal hechas; en un momento dado, lo tomé por el brazo para ayudarlo a evadir algún obstáculo y sentí de manera muy perceptible la fragilidad de sus hombros, esos débiles hombros sobre los que el Papa cargaba el peso de la Iglesia Universal. 

La figura de Benedicto XVI ha sido impactante para mí. Él, un hombre que gustaba de la investigación, en la que encontraba una expresión y profundización de la fe y no un mero ejercicio académico; él, un hombre cuyo carácter, más bien introvertido, prefería la soledad, no como huida, sino como oportunidad de reflexión, interiorización, oración; él, un hombre que tenía la firme convicción de que el mejor servicio que podía prestar a la Iglesia era tras bambalinas, apoyando discretamente al líder que el Espíritu Santo designara; él, por misteriosos caminos de la Providencia, fue elegido por los “señores cardenales”, pastor de la Iglesia universal.

Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu (Benedicto XVI, Primer mensaje al final de la concelebración eucarística con los Cardenales electores en la Capilla Sixtina, 20 de abril de 2005).

Siempre admiré el modo cómo en cada momento de su pontificado, siendo consciente de la “pobreza de sus fuerzas” el Papa trató de expresar con sus palabras, con sus decisiones, con sus actitudes, en sus celebraciones, aquello que su conciencia le dictaba era lo mejor para la Iglesia y el mundo en esa etapa concreta de la historia, siendo coherente con la fe, apegado a la verdad, que tanto amó y defendió, e iluminado por una exquisita caridad. 

Muchos se declararon sus admiradores y fieles seguidores, otros fueron sus críticos, ambos polos con algunos representantes de posiciones extremas, otros, esgrimiendo justas y mensuradas razones. Qué figura pública no tiene sus fans y sus detractores, qué hombre no tiene sus luces y sus sombras.

La única vez que vi en persona a Benedicto XVI, no ya en sueños, fue en una audiencia general en Roma, de lejos, mientras pasaba caminando saludando a la gente por el pasillo central del Aula Pablo VI; el primer pensamiento que me vino a la mente fue: “El Papa no es fotogénico”, y es que las imágenes impresas y digitales muchas veces no le hacen justicia; ya en persona  verdaderamente proyectaba una gran bondad de corazón y una genuina humildad, lo cual no contrasta, sino que integra su genio intelectual y su liderazgo global.

Sus últimas palabras iluminan todo: “Señor, te amo”. Dios me conceda, al final de mi vida, poder también decirlas de corazón. Gracias, Papa Benedicto XVI; gracias, Joseph Aloysius.



miércoles, 14 de diciembre de 2022

“HABÍA UNA VEZ UN PEDAZO DE MADERA” Reseña de Pinocho de Guillermo del Toro


C’era una volta…
– Un re! – diranno subito i miei piccoli lettori.
No, ragazzi, avete sbagliato. C’era una volta un pezzo di legno. 

Había una vez…
– ¡Un rey! – dirán en seguida mis pequeños lectores.
No, muchachos, se equivocan. Había una vez un pedazo de madera.

Así comienza el texto del Pinocho original de Carlo Collodi, publicado entre los años 1882 y 1883 en un periódico infantil italiano. Aunque en mi casa había un libro que tenía las ilustraciones originales de Enrico Mazzati, como a todo niño de otras épocas, las imágenes que se anclaron en mi subconsciente fueron los dibujos animados de Walt Disney de 1940, que han prevalecido hasta ahora. La intención de fondo de Collodi, como la de las variadísimas versiones del cuento, es dejar en el corazón de los niños una simple moraleja: hay que ser buenos niños, obedientes, y alejarse de las malas compañías. Qué madre o padre de familia no llegó a decir a sus hijos: “si dices mentiras te va a crecer la nariz como a Pinocho”.

Ya salió en Netflix Pinocho de Guillermo del Toro. Soy de la generación a la que pertenecen del Toro, González y Cuarón, por ello compartimos escenarios históricos y contextos que nos conectan, así me pasó sobre todo con Roma de Cuarón, pero también con Babel de González y ahora con Pinocho de del Toro. Pinocho forma parte de mi vida, como lo ha sido para del Toro, según él mismo lo dice; mi madre me amenazaba con lo de la nariz, alguna vez incluso me la toqué cuando me dijo que me estaba creciendo.

Recuerdo bien el gusto que me dio ver El espinazo del diablo de Guillermo. El laberinto del Fauno me cautivó por esa genial mezcla de las verdades más crudas con la inocencia más pura con la fantasía más sublime. La premiada La forma del agua me gustó mucho, pero no muchísimo, no tanto como El Laberinto; en cuanto El callejón de las almas perdidas, la verdad, la empecé a ver, pero no me dolió posponerla indefinidamente, me dio la impresión de que el cine de del Toro era cada vez más sórdido por el solo hecho de ser sórdido. Por otro lado, el Pinocho de Roberto Benigni francamente me decepcionó, luego de La vita èbella nada fue igual; no he visto el nuevo live action de Disney, también de este año; es con Tom Hanks como Geppetto, pero lo dejaré entre los pendientes. En definitiva, a pesar de mi conexión con Pinocho, compartida con del Toro desde niños, no estaba yo precisamente en el mejor mood para ver su versión.

Después de ver este genial stop-motion lo puedo decir: Pinocho de Guillermo del Toro es una película que no me cansaré de ver. Gracias, Guillermo, por esta obra de arte que tocó fibras muy íntimas en mi corazón, en mi sensibilidad, en mi imaginación, en mi inteligencia, incluso en mi fe. Es una película valiente, muy audaz; confieso que me da miedo recomendarle a un papá: “vela con tus hijos”, niños o adolescentes, incluso no es fácil sugerirle a un adulto que la vea con sus padres ancianos, pero no dudaré en hacerlo, a pesar de su dificultad y sordidez. 

Por ejemplo, no parece políticamente correcto situar una historia “infantil” en el contexto de una etapa histórica caracterizada por el autoritarismo de un cruel dictador fascista, en medio de una guerra en la que los niños son víctimas, pero sorprendentemente también actores directos; Mussolini es un nombre que a los italianos les cuesta trabajo pronunciar. Pero, además, presenta, de manera muy explícita, situaciones que impactan grandemente nuestro ánimo, como el maltrato, el trabajo y la explotación, física y psicológica, de niños y de animales. Hay otras espinosas temáticas que este tipo de historias suelen evitar, o las tratan de manera muy sutil, como la brevedad de la vida y la muerte; del Toro, como buen mexicano, siembra la muerte de manera generosa por toda su película y hace de la muerte un personaje protagónico, sin ambigüedades.

Pero seguramente lo que más me tocó fue la difícil y misteriosa relación papá-hijo que tantas huellas deja en los corazones de ambos polos. Lo dice claramente Sebastián J. Grillo: es una historia “de padres imperfectos e hijos imperfectos”, en la que los hijos tienen que aprender a ser hijos y los papás tienen que aprender a ser papás, aceptando y asumiendo ambos esta mutua imperfección, lo cual es muy difícil, porque las altas expectativas recíprocas son inevitables; esta imperfección y estas altas expectativas son notables: Pinocho llega a ser insoportable, también para el espectador, Geppettto  no es tampoco un papá idealizado: se cae de borracho y crea eufórico al sustituto de su hijo muerto, una marioneta inacabada, fea, pero al mismo tiempo hermosa; es también conmovedora, y un claro ejemplo de esta imperfección y de las expectativas, la relación del Podestà con su hijo Candelwick; ambos muchachos a final de cuentas por ello mismo se llegan a conectar. 

“Eres una carga…”. “Eres un cobarde…” son frases que un hijo nunca olvida y que tocan directamente la propia identidad y el concepto de sí por el resto de la vida.

Hay un personaje mudo, también de madera, sí, el Cristo de la Iglesia, él también tiene un Padre y, precisamente desde la cruz, el Jesús del Evangelio le grita, como reclamándole: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” 

¿Puede ser más misteriosa la relación papá-hijo? 

No creo que sea irreverente, pero sí demasiado desconcertante, por decir lo menos, contemplar al muñeco crucificado y descubrir que, en un momento dado, tanto al Cristo de madera como al títere de madera les falta el mismo brazo izquierdo, no es casual; como tampoco es casual la restauración de ambos y la restauración de casi todos los personajes (nada es perfecto).

Hoy quiero rendirle tributo a mi papá muerto, el señor José Luis Cerra Montauriol, agradezco su imperfecto amor y le pido disculpas por no llenar sus expectativas. No me crecerá la nariz si digo: “te amo, papá”.

Un pequeño epílogo.

“Voy a crecer a tu gran tamañoy el mundo veré como tú,
te comprenderé,
mucho más y mejory la vida venceré” 
(Timbiriche, Hoy quiero decirte, papá)

viernes, 15 de abril de 2022

PÉSAME A LA VIRGEN


Por la señal de la Santa Cruz…

Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones próximas de pecado, confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita, que los perdonareis, por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en vuestro santo amor y servicio, hasta el fin de mi vida.

Este Viernes Santo nos acercamos a la Santísima Virgen María para expresarle nuestro más sentido y sincero pésame por la muerte de su Hijo. Lo haremos rezando y meditando con mucha devoción el Santo Rosario. Los misterios que consideraremos el día de hoy son los Misterios Dolorosos. 

Primer Misterio: La Oración de Jesús en el Huerto.

Virgen de los Dolores, que diste a luz a Jesús, que acompañaste sus primeros pasos, que contemplaste su crecimiento; siempre obediente a la autoridad de su padre, el Señor San José y a ti, su Santísima Madre; amaste a tu Hijo, siempre respetuoso, cariñoso, trabajador y alegre. Al Igual que sus discípulos, seguramente, tu esposo y tú, en innumerables ocasiones sorprendieron a Jesús orando en privado, y lo escucharon rezar en familia, dirigir la oración en la sinagoga o en ocasiones especiales en Nazaret; Virgen Dolorosa, tú eres una mujer de oración, una gran contemplativa, que apreciaste con amor y respeto la oración de tu Hijo, que aprendiste de su oración devota y ungida; ahora lo contemplamos orando en circunstancias que jamás imaginaste, en el Huerto, a unas horas de su detención, de su juicio injusto, de su tortura, de su ejecución. Jesús oraba siempre, también oró en estas circunstancias dolorosas y terribles. Dijo entonces Jesús: “¡Padre, si quieres, aparta de mí esta copa amarga, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya!” (Lc 22, 42). Virgen de los Dolores, te acompañamos en el dolor con el que te sientes unida a Jesús en su oración en el Huerto, oración que haces tuya; enséñanos a orar siempre, como tú, como tu Hijo, en toda circunstancia, también en las más dolorosas.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,   
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor.

Segundo Misterio: La Flagelación.

Para educar a sus hijos muchos padres y madres de familia han utilizados los golpes; muchos lo han hecho con las mejores intensiones y con mucho dolor; otros, lamentablemente, han descargado su propia ira y frustraciones sobre los cuerpos inocentes de sus hijos; sabemos las terribles consecuencias, físicas, psicológicas y espirituales que los golpes han provocado, aunque hay todavía quien dice que se necesitan. Hoy se condena todo maltrato físico o mental a nuestros niños. Virgen de los Dolores, sabemos de que tú nunca tuviste ni la necesidad ni mucho menos la ocasión de golpear el cuerpo de tu Hijo, cuerpo que amabas sobre todas las cosas. Cómo lo ibas a maltratar, si era carne que diste a luz milagrosamente, si era la carne de Dios. En el proceso injusto que lo condujo a la muerte, Jesús fue golpeado con brutalidad, lo sabemos por la Biblia, dice: “… pero a Jesús, después de mandarlo azotar, Pilato lo entregó para que lo crucificaran” (Mt 27, 26). Su inocente carne era sometida a la tortura de los látigos, la carne de Dios fue maltratada con saña por sus verdugos, como lo había predicho Isaías: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban…” (Is 50, 6). Madre de los Dolores, cada azote a Jesús fue replicado en tu corazón con inmensa intensidad. En esta hora de dolor permítenos acompañarte y de alguna manera padecer con Jesús y contigo sus azotes físicos e interiores; enséñanos a padecer los nuestros con semejante entereza y fe.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Tercer Misterio: La Coronación de Espinas.

Señora Nuestra de los Dolores, tu hijo es rey, lo sabías desde el momento en el que lo concebiste, lo comprobaste con el tributo que le ofrecieron los magos, incluso cuando Herodes intentó matarlo, siendo todavía un pequeño niño, por el temor de que le arrebatara su reino; tú conocías las profecías, sabías que ese Hijo tuyo, descendiente de David, el Hijo de Dios, era el Mesías, el Mesías Rey. El profeta Natán había dicho a David: “Él es el que construirá una casa a mi nombre y afianzaré eternamente su trono real (2 Sam 7, 13). Siempre lo supiste, nunca lo dudaste, aun cuando el Rey que concibió tu seno pasara tantos años viviendo ocultamente en Nazaret, trabajando como un obrero. Sin embargo, la corona que en su pasión le ciñeron no era de oro, ni estaba adornada con piedras preciosas; no era una joya que manifestara poder ni grandeza; era una corona de burla, de tortura, de escarnio; dice el Evangelio: “trenzaron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza” (Mt 27, 29). Esa corona, sin embargo, manifestó de manera misteriosa quién era ése a quien estaban torturando. Recordaste entonces lo que te había advertido el anciano Simeón: “Y a ti, una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 35); las espinas clavadas en el cráneo de tu Hijo fueron también clavadas en tu corazón, como una espada. Madre Dolorosa, Reina nuestra, te acompañamos en la agonía de tu Hijo, que fue también tu agonía; enséñanos a reconocer a tu Hijo como nuestro Rey y Señor.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Cuarto Misterio: Jesús con la Cruz a cuestas.

Dice el Apóstol Pedro: “Él cargó sobre su cuerpo nuestros pecados (cf Is 53, 4.12), llevándolos al madero, para que, muertos al pecado, viviéramos para lo que es justo” (1P 2, 24). No sólo era un pedazo de madera lo que colocaron sobre los hombros de Jesús; era ciertamente el instrumento de su ejecución sobre el Gólgota, instrumento también de salvación; sin embargo, a finla de cuentas, sobre su espalda fueron cargadas todas nuestras miserias, las mías y las de toda la humanidad, mis propios pecados y los de mis hermanos y hermanas de todos los tiempos; lo que cargó Jesús era mucho más grande que el peso físico de la cruz; carga espiritual que, a final de cuentas, quizá provocó sus caídas en el Viacrucis. Ese peso Jesús lo clavó en la Cruz, cancelando así todas nuestras deudas (cf. Col 2, 14). Virgen Dolorosa e Inmaculada, Jesús no llevó el peso de tus culpas, no las tenías, fuiste preservada desde tu concepción de todo pecado, “en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano” (Pío IX, Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854), tu vida se desarrolló en la más radiante santidad, eres la “llena de gracia” (Lc 1, 28). Concédenos acompañarte en el peso que tú también soportaste, sin temerla ni deberla. Fuiste solidaria con tu Hijo a lo largo de todo su Viacrucis, no sólo cuando te encontraste con él; soportaste también nuestros pecados para que "viviéramos para lo que es justo", por eo te reconocemos y veneramos como Refugio de Pecadores.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Quinto Misterio: La Crucifixión.

Qué dolor más grande existe que la muerte de un hijo, de una hija; sólo quienes han pasado por esta terrible situación saben hasta qué límites puede llegar el dolor humano; la ley de la vida nos hace esperar que sean primero los padres quienes fallezcan, los hijos tendríamos que cumplir amorosamente el deber de acompañar a nuestros padres en su ancianidad, en su enfermedad y en su muerte. Ver a tu hija, a tu hijo muertos, es una ruptura existencial que a nada se parece, un quebranto irreparable del corazón. Tú, Madre de los Dolores, lo padeciste: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…” (Jn 19, 25); con tus propios ojos fuiste testigo en el momento justo en que tu amado Hijo, “inclinando la cabeza entregó el Espíritu” (Jn 19 30). Tu fe no se desmoronó, pero seguramente compartiste la oración que escuchaste pronunciar a tu Hijo desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46). Cuánta oscuridad, cuánta soledad, cuánto dolor. Hoy, Santísima Virgen María, el Pueblo rescatado por la sangre de tu Hijo, clavado en la cruz, acudimos temblando a ti para expresarte la pena que también embarga nuestros corazones. En este Viernes Santo, nosotros, la familia de tu amado Hijo, queremos expresarte nuestro pésame, nuestras condolencias, ante la pérdida de tu Hijo. No podemos siquiera imaginar lo que pasaste tú ese día, pero te expresamos nuestro cariño. Queremos también adelantarnos al gozo que trajo a tu corazón su resurrección, también queremos compartir esa inefable alegría. Gracias por ser nuestra madre que entiende nuestros dolores.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Virgen purísima antes del parto, en tus manos encomendamos nuestra fe para que la aumentes, llena eres de gracia…

Dios te salve María, Madre de Dios Hijo, Virgen purísima en el parto, en tus manos encomendamos nuestra esperanza para que la fortalezcas, llena eres de gracia...

Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen purísima después del parto, en tus manos encomendamos nuestra caridad para que la inflames, llena eres de gracia…

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…


Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Dios, Padre celestial, 
ten piedad de nosotros.

Dios, Hijo, Redentor del mundo, 
Dios, Espíritu Santo, 
Santísima Trinidad, un solo Dios,

Santa María, 
ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las Vírgenes,
Madre de Cristo, 
Madre de la Iglesia, 
Madre de la misericordia,  
Madre de la divina gracia, 
Madre de la esperanza,  
Madre purísima, 
Madre castísima, 
Madre siempre virgen,
Madre inmaculada, 
Madre amable, 
Madre admirable, 
Madre del buen consejo, 
Madre del Creador, 
Madre del Salvador, 
Virgen prudentísima, 
Virgen digna de veneración, 
Virgen digna de alabanza, 
Virgen poderosa, 
Virgen clemente, 
Virgen fiel, 
Espejo de justicia, 
Trono de la sabiduría, 
Causa de nuestra alegría, 
Vaso espiritual, 
Vaso digno de honor, 
Vaso de insigne devoción, 
Rosa mística, 
Torre de David, 
Torre de marfil, 
Casa de oro, 
Arca de la Alianza, 
Puerta del cielo, 
Estrella de la mañana, 
Salud de los enfermos, 
Refugio de los pecadores, 
Consuelo de los migrantes,
Consoladora de los afligidos, 
Auxilio de los cristianos, 
Reina de los Ángeles, 
Reina de los Patriarcas, 
Reina de los Profetas, 
Reina de los Apóstoles, 
Reina de los Mártires, 
Reina de los Confesores, 
Reina de las Vírgenes, 
Reina de todos los Santos, 
Reina concebida sin pecado original, 
Reina asunta a los Cielos, 
Reina del Santísimo Rosario, 
Reina de la familia, 
Reina de la paz.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
ten misericordia de nosotros.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. 
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN. 
Te rogamos nos concedas, 
Señor Dios nuestro, 
gozar de continua salud de alma y cuerpo, 
y por la gloriosa intercesión 
de la bienaventurada siempre Virgen María, 
vernos libres de las tristezas de la vida presente 
y disfrutar de las alegrías eternas. 
Por Cristo nuestro Señor. 
Amén.

jueves, 10 de marzo de 2022

VIA CRUCIS


In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

Señor Jesús, humildemente deseamos acompañarte en el camino de la Cruz; permítenos ser testigos de todo aquello que por nosotros padeciste y por lo que nos has obtenido la salvación; danos entrañas de misericordia para que obtengamos los frutos que tú mismo quieres ofrecernos; danos un corazón piadoso que no solo se conmueva, sino que también aprenda a amar como tú amas y a reconocerte en todo hombre, en toda mujer, que comparta de alguna manera tus sufrimientos. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

El Rey, que al final de los tiempos vendrá a juzgar a vivos y muertos, es juzgado y condenado por un juez terrenal. El juicio que padeció Jesús estuvo plagado de injusticias, de odio, de mentiras, de venganzas; el juicio que el Juez universal presidirá en la conclusión de la historia se caracterizará por la misericordia, que brota del corazón de un amigo que conoce a profundidad quién es el ser humano por el que dio la vida.

Señor Jesús, “la misericordia triunfa sobre el juicio” (St 2,13), espero tu juicio sobre mí con temor, pero también con la confianza que me da tener contigo, al final de mi vida, un encuentro desde el corazón. 

Pater noster, qui es in caelis:
sanctificetur Nomen Tuum;
adveniat Regnum Tuum;
fiat voluntas Tua,
sicut in caelo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.

Ave María, 
gratia plena, 
Dominus tecum, 
benedicta tu in muliéribus,
et benedictus fructus ventris tui Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei, 
ora pro nobis peccatoribus, 
nunc et in ora mortis nostrae.
Amen.

Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in sæcula sæculorum. Amen.

Segunda estación: Jesús carga la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Para Jesús, cargar la Cruz no fue una metáfora, algo subjetivamente espiritual, íntimo, sino una realidad que formó parte de su condena: los sentenciados llevaban el instrumento de su suplicio hasta el lugar donde serían ejecutados. La Cruz era un madero con dimensiones y con peso específicos, pero a la que Jesús le dio un profundo significado, vinculado con su obra redentora y con el modo como nosotros seríamos sus discípulos.

Señor Jesús, tú dijiste: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). Que mi cruz, mis cruces, sean un pálido reflejo de la que llevaste camino al Calvario.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Tercera estación: Jesús cae por primera vez

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Jesús, debilitado, cae por tierra bajo el peso de la Cruz que llevaba sobre su espalda. El ser humano también cae, pero cae porque posee una naturaleza de por sí caída: sucumbió a la tentación en el paraíso y cae cada vez que con sus malas decisiones se aparta del camino de Dios. Jesús se levantó y reemprendió su camino al Calvario, nosotros no podemos levantarnos por nuestras propias fuerzas; es Cristo, quien con el poder de su misterio Pascual, eleva nuestra condición humana y nos lleva hasta nuestra meta.

Señor Jesús, “sé que he sido engendrado en la maldad y en pecado me concibió mi madre” (Sal 51,7); tú conoces mi condición caída, condición que sólo tú eres capaz de elevar.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Qué terribles circunstancias en las que Madre e Hijo se encuentran, de hecho, siempre se encontraron, desde el “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) de la Anunciación hasta el “he ahí a tu madre” (Jn 19,26) del Calvario; asimismo, en el Camino de la Cruz, Madre e Hijo se encontraron; ahí también, íntima y dolorosamente unidos, respetuosa y penosamente alejados. La Dolorosa es por ello modelo de discípulo que, siguiendo a Jesús y encontrándose con él en el camino, fecundamente padece con él y como él. 

Dolorosa Virgen María, tú Hijo cargaba y soportaba nuestros dolores (Cf Is 53,4); como cuando en el Vía Crucis te encontraste con él, compártenos tu entereza para participar, como tú, de los dolores de tu Hijo.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Quinta estación: Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

A Simón “lo obligaron a cargar la Cruz” (Lc 23,26); no fue un acto de su voluntad, Jesús no lo llamó, ni fue una opción que brotara de la decisión de seguirlo como un discípulo; Simón volvía del campo y lo detuvieron, pero como si fuera un discípulo verdadero, “iba detrás de Jesús” (ib), con la Cruz de Jesús. Aún quienes seguimos a Cristo muchas veces no entendemos por qué nos comparte su Cruz y nos resistimos a cargarla.

Señor Jesús tú sí me llamas y yo he querido seguirte; me cuesta decirlo, pero, aunque muchas veces no lo entienda o no lo quiera, sigue prestándome tu Cruz para ayudarte.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Sexta estación: Verónica limpia el rostro de Jesús

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Por qué no pensar que Verónica amaba el expresivo rostro de Jesús; contemolaba ese rostro cuando se dirigía a las multitudes, cuando expulsaba demonios y liberaba a los enfermos, cuando polemizaba con los fariseos, cuando se llenaba de paz en la oración. Ahora el rostro de Jesús estaba golpeado, escupido, sangrado, sucio de tierra y de sudor. Discípula atenta, sensible, llena de caridad, la Verónica trata inútilmente de devolver la belleza de aquel rostro que amaba y que estaba desfigurado por nosotros.

Dice el profeta Isaías: “Su aspecto no era el de un hombre” (52,14); Señor Jesús, dame la gracia de contemplar y amar tu rostro, como quiera que éste se presente y dame el valor de no permanecer impasible, sino de tener la caridad de la Verónica.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

En esta segunda caída el Cireneo ya no lo ayudaba, Jesús nuevamente cargaba él solo el instrumento de su suplicio, que lo torturó, no sólo en la cima del Gólgota, sino en el camino mismo. Avanzaba, lograba guardar el equilibro, superaba obstáculos, sin embargo, irremediablemente, cayó por tierra una vez más; su juventud y su fuerza no bastaron para evitar que desfalleciera. Nuestras pequeñas cruces, tarde o temprano, también las llevamos así, en soledad, sin otra ayuda que la de aquél que también avanzaba y caía.

Señor Jesús, eres solidario en nuestro camino, vas siempre junto a nosotros, cuando avanzamos y cuando caemos; ningún humano camina por nosotros y a final de cuentas cargamos en soledad nuestras cruces; solo tú permaneces a nuestro lado, tu camino es nuestro camino y tu Cruz es nuestra cruz.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres que lloran por él

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

De dónde sacaba Jesús ánimo para consolar a las mujeres que lloraban por él; era Jesús quien debiera ser consolado; no puede compararse el dolor de las mujeres con el dolor de Jesús y, sin embargo, viviendo en soledad su propio sufrimiento, alcanza el sufrimiento de las mujeres y, desde su corazón lleno de amor, les ofrece una palabra. No hay ninguna circunstancia en nuestra vida, por más que interiormente nos envuelva que no nos permita pensar en los demás y hacer algo por los demás.

“El nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros también, con el consuelo que recibimos de Dos, podamos consolar a los que pasan cualquier sufrimiento” (2Cor 1,3)

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Novena estación: Jesús cae por tercera vez

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Jesús cae una y otra y otra vez, solidarizándose con la humanidad que tantas veces también cae, pareciera que no aprendemos de nuestros errores, son reiterados nuestros tropiezos, son repetitivos; no son sólo tres: incontables son nuestras caídas, son diversas y se multiplican; Jesús las padeció y cayó sin culpa y así nos enseña a no permanecer caídos; él sabe que seguramente nuevamente caeremos, camino al Calvario él caería nuevamente por nosotros, las veces que fuera necesario.

“De la misma manera que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así también la muerte se propagó a todos, por cuanto todos pecaron”. Señor, mira cuántas veces caigo, te lo pido: una y otra y otra vez, levántame.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

“Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá”, nos recuerda Job (1,21) y sí, la desnudez es digna, nuestro cuerpo no es motivo de vergüenza, sino reflejo de la semejanza de Dios y, sin embargo, ser obligado a exhibir la propia desnudez como parte de un castigo representa para cualquiera un enorme oprobio. No puede ser más paradójico: Aquél que vendrá revestido de gloria al final de los tiempos padecerá la infamia de ser exhibido desnudo en la Cruz.

“Todo está desnudo y patente a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hb 4,13), Señor, mira compasivo mi desnudez y cúbreme piadoso con tu amor y gracia y dame tu corazón para darte vestido en el hermano desnudo.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Undécima estación: Jesús es clavado en la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

La relación de Jesús con la Cruz llega a otra etapa: ya no la cargará, no más caerá a tierra bajo su peso; sus despiadados verdugos, martillo en mano, unen el cuerpo de Jesús a la Cruz con clavos, penetrando con ellos pies y manos. Jesús ya no carga la Cruz, sino que cuelga de ella, a la vista de todos, desnudo y doblegado. Su dolor físico era grande, pero más el de su alma y el de su espíritu y ahí, clavado, nos sigue enseñando, escuchamos sus siete palabras, pronunciadas todas, cada una, con un amor que llega al extremo.

“Ojalá escuchen su voz” (Sal 95,7), no puedo endurecer mi corazón contemplando a Jesús clavado en la Cruz y escuchando su magisterio mudo y el de sus siete palabras. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sam 3,10).

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

La vida de todo hombre, de toda mujer, tarde o temprano llega a su fin; la vida de Jesús, el Verbo eterno, verdadero Dios como el Padre, es también semejante en todo a nosotros, menos en el pecado; Jesús verdaderamente expiró, su corazón se detuvo, la sangre ya no circuló más en su cuerpo, dejó de respirar, su cerebro y la totalidad de sus órganos dejaron de funcionar, se convirtió en un cadáver, pesado, frío, pálido, rígido. El que es la vida y la fuente de la vida murió verdaderamente y con su muerte nos dio aún más vida, una vida que nunca concluirá.

Señor Jesús, te has humillado a ti mismo hasta la muerte por obediencia, ¡y una muerte de Cruz! (Fil 2,8), al contemplarte clavado y muerto en la Cruz, no solo me conmuevo, sino que te pido que tu muerte se haga vida en mí, se haga vida tuya.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos de María

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

“…pero cuando nace el niño (la mujer) ya no recuerda su angustia por la alegría que siente al traer un hombre al mundo” (Jn 16,21). Qué abismal diferencia para María recibir el cuerpo recién nacido del niño Jesús en el portal de Belén a recibir el cuerpo muerto de su Hijo en el Calvario. El nacimiento de Jesús estuvo rodeado de situaciones muy difíciles, pero a fin de cuentas prevaleció el gran gozo que supera toda angustia; a los pies de la Cruz la Piedad abraza llena de dolor al fruto de su vientre e, igual que en Belén, lo entrega a su Padre.

“¿Habrá dolor más intenso que tu dolor dolorido?” (Himno de Laudes de Nuestra Señora de los Dolores) Madre de la Piedad, admiramos tu entereza y tu fe, que en la oscuridad total se convierte en luz y ejemplo para el mundo.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

El cuerpo inerte de Jesús es depositado en el sepulcro, el cual no será de manera alguna su última morada, sino el signo de su triunfo definitivo, cuando salga de él glorioso y lo deje vacío; se convertirá entonces en el principal testigo de su resurrección. Jesús no tuvo un lugar propio para nacer y su sepulcro era nuevo, pero prestado; fue depositado a las carreras, descuidadamente, dejándolo en la obscuridad total con lienzos y mortajas, haciendo rodar una piedra para sellarlo. Parecía que ahí terminaba todo.

“¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra: un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido…” (De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado, Oficio de Lectura Sábado Santo)

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Señor Jesús, hemos caminado contigo el camino de la cruz, como caminas tú junto a nosotros en los caminos de nuestra vida; hemos meditado, orado y contemplado los acontecimientos que rodearon los misterios de tu pasión y de tu muerte, como lo ha hecho tradicionalmente tu Pueblo a lo largo de los siglos. Te pedimos que esta experiencia espiritual produzca frutos de fe y caridad en nuestros corazones; que sepamos reconocer tus dolores en nuestros pequeños dolores y que podamos tener ojos de fe para reconocer también tus sufrimientos en aquellos hermanos y hermanas que comparten tus sufrimientos, para tender la mano a quienes te hacen presente en la historia. Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Dominus vobiscum
Et cum spiritu tuo
Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amen